Šayj Ahmad Al-'Alāwī |
Hikma nº 2
«Hay tres tipos de
cautivos: los del alma (nafs*), los del capricho (šahwa*) y los de la pasión (hawà*)»
Los tres cautivos están enajenados por algo, pero la
principal humillación de las tres es la del alma, porque es un tirano del que
uno no se puede librar.[117]
¡Ya puede llorar quien está preso del alma!
¿De que le sirve llorar
si de ella no está salvo?
Quien está preso del alma
padece desgracias de todo orden porque el alma abunda en desmanes sin término y
jamás otorga reposo. Una de sus principales características es su deseo de ser
libre y escapar a los Decretos de la Señoría. Se afana constantemente y de
todas las formas posibles por alcanzar ese dominio. El Enviado de Dios -Dios lo
colme de bendición y de paz- dijo: "Señor mío,
no me abandones a mi alma ni durante un abrir y cerrar de ojos."
Fíjate como el alma, antes de aceptar su sumisión a Dios
(el Islam) y cargar con el peso del reconocimiento de ese principio, se opone a
la soberanía divina y sólo la acepta si se le facilita y se la educa. Una vez
que se somete y comienza a obrar bien no deja de reclamar la recompensa
correspondiente. Dice: «Si obro bien merezco una recompensa».
Y aún cuando, persuadida de que debe actuar con pureza de intención (ijlās),
ceje en esa actitud y renuncie a la recompensa, no dejará de considerarse la
autora de sus actos. Mas si le inquieres: «¿Qué es
el tawhīd* para ti?, ¿qué entiendes por las palabras del Altísimo:
Dios os creó
a vosotros y a vuestros actos (37:96)»,
aunque reconozca que [el atribuirse los actos] es un defecto, seguirá afirmándose
y reclamando su existencia; aunque de ella apenas quede un espejismo seguirá
aferrándose a sí misma.[118] El alma sólo descansa, al fin, de la
pretensión a su propia existencia cuando Dios le concede la gracia de extinguirla
y se manifiesta a ella; pues no hay manifestación divina sin la previa y más
perfecta extinción del alma, que queda borrada de la tabla de la existencia cuando
es Dios quien la sustituye. Pero aun después de retornar no dejará de decir: «Ahora hablo a través de Dios; lo que yo digo, lo digo
sin jactancia»; y lo afirmará aunque lo único que le quede sea la
palabra.[119] En conclusión, el daño del alma siempre superará todo lo
descrito, a pesar de los múltiples tratados que se han escrito sobre ella -que Dios
nos guarde de su maldad.
El cautivo del capricho lo
está, a diferencia del anterior, tan sólo de uno de los aspectos del alma.
Sigue sus caprichos ahí donde los encuentra, porque son su objetivo,
independientemente del carácter virtuoso o pecaminoso de sus obras. Sus
caprichos terminan haciéndole perder la consideración ante Dios, pues Él le exige
el cese de ese comportamiento y que se enfrente a sus inclinaciones. Sólo un ignorante puede sentirse
satisfecho de su maleficio.
Cuando el alma te reclame
un deseo
Niégate por principio,
Déjala y apártate de
sus deseos,
Tu pasión es un enemigo,
Y la gloria está en
enfrentarse a ella
¡Qué bajo cae aquél a
quien humilla!
El murīd* debe renunciar a sus caprichos,
especialmente si su pacto con Dios se basa en la condición de renunciar a
alguno de ellos.[120] Si no cumple con ello sufrirá las
consecuencias interior y exteriormente.
Relata uno de ellos: «Había contraído interiormente con
Dios el compromiso de no ceder a capricho alguno. Cierto día, en un paraje
desierto, deseé cierto guiso que llaman tabāhiŷa.[121] Con tal violencia me vi preso de aquel
deseo, sin lograr zafarme de él, que me dirigí al pueblo más cercano para
obtenerlo. Al llegar, mientras buscaba desesperado aquí y allá, una muchedumbre
me apresó a gritos de "¡Ahí está!" "¡Ahí está!". Me tomaron
por un salteador de caminos que les rondaba. Cuanto más insistía en que se
confundían, más palos me daban. Me di cuenta de que todo aquello era
consecuencia de faltar a mi voto y dejarme arrastrar por mis caprichos, así que
me tranquilicé y esperé a ver qué sucedía. Llegó la autoridad y me condenó a cuarenta azotes:
me tendieron en el suelo y comenzaron a darme de palos. Cuando todo hubo
concluido llegó un hombre que me reconoció y les dijo: -¡Qué habéis hecho! ¡Por
Dios!, este hombre no es un bandido sino un santo-, tras lo cual me pidieron
disculpas a las que yo no podía ni responder dado el estado en el que me
encontraba. Me llevaron a su casa, donde me atendió y, con toda cortesía, me
preparó de comer y me sirvió un plato de ese mismo guiso. -¿No querías tabāhiŷa? -me
reproché amargamente-, pues ahí lo tienes, con cuarenta palos-. Rechacé la
comida y me eché a llorar viendo lo que me había pasado por faltar a mis
pactos.»
Guárdate hermano de dejarte llevar por tus caprichos
porque los verdaderos hombres son aquellos
hombres que han cumplido con lo pactado con
Dios (33:23).[122]
El alma es como
el niño, si la dejas continúa mamando,
Pero si la destetas,
queda destetada para siempre.[123]
El cautivo de la pasión (hawà*)
lo está de otra característica, inherente del alma. En este caso su pasión
lo conduce a acomodarse a cuanto exija; se amolda a los deseos de la pasión convertida
en su dios y cumple con ella. ¿Has visto a quien ha tomado a su pasión como dios y Dios le
ha extraviado a sabiendas? (45:23).
Aunque Dios le escarmiente ni
siquiera reparará en ello debido a la embriaguez de su pasión.
El prisionero de la
pasión se siente maravillado con su estado.
No se da cuenta de la
separación y el daño que le causa.
En ocasiones, la pasión conduce a quien domina a manipular
los preceptos de la religión a su antojo, y a desatender lo que realmente le
incumbe; hasta que cae en un abismo del que no puede librarse, salvo que la
Benevolencia divina (lutf) le rescate, le libre de ella y le haga
comprender cuales son sus verdaderas obligaciones religiosas. En caso contrario [si no
se ajusta a ellas] no puede ser considerado un creyente, tal como lo dijo el
Enviado de Dios: "No es
creyente aquel cuya pasión no se atiene a lo que yo he traído."[124]
NOTAS
117 El alma (nafs*) es el origen de los
deseos y de la pasión. Los preceptos religiosos tratan de controlar su
influencia perjudicial, pero sólo la educación espiritual (tarbiyya) del
murīd* permite conocer el origen de su mal. El alma es pues, en el
sentido en el que la utiliza en estos primeros capítulos, la afirmación de la
individualidad, el ego. Posteriormente el Šayj desarrolla otro aspecto de la nafs*
que esta relacionada con el espíritu (ver glosario).
118 Alude a numerosos versículos coránicos y
hadices. Por ejemplo: Ningún alma cree si no es
con el permiso de Dios (10:100).
Sobre la necesidad de la recompensa que el alma necesita para someterse a Dios
hay un conocido hadiz que dice "Tu Señor se asombra de tener que conducir
a los hombres con cadenas al paraíso."
119 Estos diferentes grados de conciencia del
alma, aquí descritos, corresponden a las etapas de la realización espiritual:
reconocimiento teórico de la Realidad, conocimiento de los Atributos Divinos por
la extinción de los actos y de las cualidades, conocimiento de la Realidad
Esencial por la extinción de la existencia individual y regreso a la
manifestación.
120 La renuncia a algunos hábitos, que
representan la vida profana anterior, puede ser una condición del vínculo
iniciático que se contrae en la vía espiritual, comparable de alguna manera a
ciertos votos que en otras religiones implican el recibir el hábito de monje.
121 Pisto can carne, huevo y cebolla.
122 Los verdaderos hombres son los que cumplen
con las características de la raŷūliyya, la virilidad, que significa la
capacidad para hacerse cargo de los compromisos. W. Chittick señala que la raŷūliyya
para Ibn al-'Arabi es un tipo de perfección accidental, en contraposición a
la 'ubūdiyya, la servidumbre, que es esencial la primera es la perfección
de la similitud, la segunda de la incomparabilidad. Lo que se sitúa entre ambos
son los grados del hombre perfecto. «La perfección de la virilidad es
accidental, mientras que la de la servidumbre es esencial. Entre estas dos
estaciones se sitúa lo que hay entre ambas perfecciones» (SPK, p. 366). Por otro lado
los riŷāl son considerados también los akābir, los grandes santos de Dios,
los que han alcanzado tal perfección, sean hombres o mujeres (SPK, p. 395n16).
123 Extracto de la Burda de al-Būsīrī.
Cfr. La traducci6n española en Al-Busairi, Al-Burda. El Manto, tr. Ali
Laraki, 2001, ed. Kutubia Mayurqa, p. 14.
124 Sin duda, el Šayj alude aquí a quienes
convierten la religión en un medio para lograr sus ambiciones por medios
aparentemente loables. Inevitablemente terminan por descuidar las mínimas
obligaciones personales, como ocurre con los falsos guías espirituales o
quienes por intereses materiales defienden un fanatismo absurdo.
GLOSARIO
Hawà: La pasión, es el centro de interés que mueve el corazón del hombre y
por lo tanto esconde el fin real de sus actos. Tiene un doble sentido: un
estado de extravío profundo, que no debe confundirse con los caprichos (šahwa)
que son de carácter accidental; por otra es la expresión del grado máximo del
amor (mahabba). El Šayj
describe las diferencias entre hawà y šahwa en la hikma
número 2.
Hikma: Es la sabiduría divina manifestada en el cosmos en conjunto, en cada
realidad existente y en las disposiciones del Mandato divino, que discrimina
los actos como lícitos e ilícitos. El otro significado, derivado del mismo
término, (pl. hikam) es toda expresión que encierra una enseñanza
inspirada o transmitida. Los hikam se han convertido así en un género de
la literatura sufí en forma de aforismos o sentencias.
Murīd: Es el que desea o busca algo; en este caso es
quien aspira al conocimiento divino. En su uso más frecuente denomina al
discípulo vinculado con la vía espiritual (tarīqa).
Nafs: Su naturaleza es ampliamente tratada en las primeras hikam
comentadas. En el sufismo la nafs representa la parte egótica del alma;
su origen es el espíritu (rūh) y por lo tanto en ella se esconden los
secretos de la Señoría Divina. De ahí que se advierta contra sus peligros a la
vez que se habla del valor que en ella se esconde, como indica una hikma
del Šayj Al-'Alāwī, "Se han multiplicado los defectos del alma
para esconder las luces del Santísimo."
Šahwa: Véase hawà.
Tawhīd: Es el reconocimiento de la Unicidad Divina. En un sentido general se
refiere a los principios en los que se fundamenta la fe. En su sentido
iniciático es la realización de la Unicidad Absoluta, que implica la
desaparición de toda posibilidad de existencia distintiva.
Fuente:
No hay comentarios:
Publicar un comentario