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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Tres tipos de cautivos


Šayj Ahmad Al-'Alāwī



Hikma nº 2

«Hay tres tipos de cautivos: los del alma (nafs*), los del capricho (šahwa*) y los de la pasión (hawà*)»


Los tres cautivos están enajenados por algo, pero la principal humillación de las tres es la del alma, porque es un tirano del que uno no se puede librar.[117]

¡Ya puede llorar quien está preso del alma!
¿De que le sirve llorar si de ella no está salvo?

Quien está preso del alma padece desgracias de todo orden porque el alma abunda en desmanes sin término y jamás otorga reposo. Una de sus principales características es su deseo de ser libre y escapar a los Decretos de la Señoría. Se afana constantemente y de todas las formas posibles por alcanzar ese dominio. El Enviado de Dios -Dios lo colme de bendición y de paz- dijo: "Señor mío, no me abandones a mi alma ni durante un abrir y cerrar de ojos."

Fíjate como el alma, antes de aceptar su sumisión a Dios (el Islam) y cargar con el peso del reconocimiento de ese principio, se opone a la soberanía divina y sólo la acepta si se le facilita y se la educa. Una vez que se somete y comienza a obrar bien no deja de reclamar la recompensa correspondiente. Dice: «Si obro bien merezco una recompensa». Y aún cuando, persuadida de que debe actuar con pureza de intención (ijlās), ceje en esa actitud y renuncie a la recompensa, no dejará de considerarse la autora de sus actos. Mas si le inquieres: «¿Qué es el tawhīd* para ti?, ¿qué entiendes por las palabras del Altísimo: Dios os creó a vosotros y a vuestros actos (37:96)», aunque reconozca que [el atribuirse los actos] es un defecto, seguirá afirmándose y reclamando su existencia; aunque de ella apenas quede un espejismo seguirá aferrándose a sí misma.[118] El alma sólo descansa, al fin, de la pretensión a su propia existencia cuando Dios le concede la gracia de extinguirla y se manifiesta a ella; pues no hay manifestación divina sin la previa y más perfecta extinción del alma, que queda borrada de la tabla de la existencia cuando es Dios quien la sustituye. Pero aun después de retornar no dejará de decir: «Ahora hablo a través de Dios; lo que yo digo, lo digo sin jactancia»; y lo afirmará aunque lo único que le quede sea la palabra.[119] En conclusión, el daño del alma siempre superará todo lo descrito, a pesar de los múltiples tratados que se han escrito sobre ella -que Dios nos guarde de su maldad.

El cautivo del capricho lo está, a diferencia del anterior, tan sólo de uno de los aspectos del alma. Sigue sus caprichos ahí donde los encuentra, porque son su objetivo, independientemente del carácter virtuoso o pecaminoso de sus obras. Sus caprichos terminan haciéndole perder la consideración ante Dios, pues Él le exige el cese de ese comportamiento y que se enfrente a sus inclinaciones. Sólo un ignorante puede sentirse satisfecho de su maleficio.

Cuando el alma te reclame un deseo
Niégate por principio,
Déjala y apártate de sus deseos,
Tu pasión es un enemigo,
Y la gloria está en enfrentarse a ella
¡Qué bajo cae aquél a quien humilla!

El murīd* debe renunciar a sus caprichos, especialmente si su pacto con Dios se basa en la condición de renunciar a alguno de ellos.[120] Si no cumple con ello sufrirá las consecuencias interior y exteriormente.

Relata uno de ellos: «Había contraído interiormente con Dios el compromiso de no ceder a capricho alguno. Cierto día, en un paraje desierto, deseé cierto guiso que llaman tabāhiŷa.[121] Con tal violencia me vi preso de aquel deseo, sin lograr zafarme de él, que me dirigí al pueblo más cercano para obtenerlo. Al llegar, mientras buscaba desesperado aquí y allá, una muchedumbre me apresó a gritos de "¡Ahí está!" "¡Ahí está!". Me tomaron por un salteador de caminos que les rondaba. Cuanto más insistía en que se confundían, más palos me daban. Me di cuenta de que todo aquello era consecuencia de faltar a mi voto y dejarme arrastrar por mis caprichos, así que me tranquilicé y esperé a ver qué sucedía. Llegó la autoridad y me condenó a cuarenta azotes: me tendieron en el suelo y comenzaron a darme de palos. Cuando todo hubo concluido llegó un hombre que me reconoció y les dijo: -¡Qué habéis hecho! ¡Por Dios!, este hombre no es un bandido sino un santo-, tras lo cual me pidieron disculpas a las que yo no podía ni responder dado el estado en el que me encontraba. Me llevaron a su casa, donde me atendió y, con toda cortesía, me preparó de comer y me sirvió un plato de ese mismo guiso. -¿No querías tabāhiŷa? -me reproché amargamente-, pues ahí lo tienes, con cuarenta palos-. Rechacé la comida y me eché a llorar viendo lo que me había pasado por faltar a mis pactos.»

Guárdate hermano de dejarte llevar por tus caprichos porque los verdaderos hombres son aquellos hombres que han cumplido con lo pactado con Dios (33:23).[122]

El alma es como el niño, si la dejas continúa mamando,
Pero si la destetas, queda destetada para siempre.[123]

El cautivo de la pasión (hawà*) lo está de otra característica, inherente del alma. En este caso su pasión lo conduce a acomodarse a cuanto exija; se amolda a los deseos de la pasión convertida en su dios y cumple con ella. ¿Has visto a quien ha tomado a su pasión como dios y Dios le ha extraviado a sabiendas? (45:23). Aunque Dios le escarmiente ni siquiera reparará en ello debido a la embriaguez de su pasión.

El prisionero de la pasión se siente maravillado con su estado.
No se da cuenta de la separación y el daño que le causa.

En ocasiones, la pasión conduce a quien domina a manipular los preceptos de la religión a su antojo, y a desatender lo que realmente le incumbe; hasta que cae en un abismo del que no puede librarse, salvo que la Benevolencia divina (lutf) le rescate, le libre de ella y le haga comprender cuales son sus verdaderas obligaciones religiosas. En caso contrario [si no se ajusta a ellas] no puede ser considerado un creyente, tal como lo dijo el Enviado de Dios: "No es creyente aquel cuya pasión no se atiene a lo que yo he traído."[124]


NOTAS

117 El alma (nafs*) es el origen de los deseos y de la pasión. Los preceptos religiosos tratan de controlar su influencia perjudicial, pero sólo la educación espiritual (tarbiyya) del murīd* permite conocer el origen de su mal. El alma es pues, en el sentido en el que la utiliza en estos primeros capítulos, la afirmación de la individualidad, el ego. Posteriormente el Šayj desarrolla otro aspecto de la nafs* que esta relacionada con el espíritu (ver glosario).

118 Alude a numerosos versículos coránicos y hadices. Por ejemplo: Ningún alma cree si no es con el permiso de Dios (10:100). Sobre la necesidad de la recompensa que el alma necesita para someterse a Dios hay un conocido hadiz que dice "Tu Señor se asombra de tener que conducir a los hombres con cadenas al paraíso."

119 Estos diferentes grados de conciencia del alma, aquí descritos, corresponden a las etapas de la realización espiritual: reconocimiento teórico de la Realidad, conocimiento de los Atributos Divinos por la extinción de los actos y de las cualidades, conocimiento de la Realidad Esencial por la extinción de la existencia individual y regreso a la manifestación.

120 La renuncia a algunos hábitos, que representan la vida profana anterior, puede ser una condición del vínculo iniciático que se contrae en la vía espiritual, comparable de alguna manera a ciertos votos que en otras religiones implican el recibir el hábito de monje.

121 Pisto can carne, huevo y cebolla.

122 Los verdaderos hombres son los que cumplen con las características de la raŷūliyya, la virilidad, que significa la capacidad para hacerse cargo de los compromisos. W. Chittick señala que la raŷūliyya para Ibn al-'Arabi es un tipo de perfección accidental, en contraposición a la 'ubūdiyya, la servidumbre, que es esencial la primera es la perfección de la similitud, la segunda de la incomparabilidad. Lo que se sitúa entre ambos son los grados del hombre perfecto. «La perfección de la virilidad es accidental, mientras que la de la servidumbre es esencial. Entre estas dos estaciones se sitúa lo que hay entre ambas perfecciones» (SPK, p. 366). Por otro lado los riŷāl son considerados también los akābir, los grandes santos de Dios, los que han alcanzado tal perfección, sean hombres o mujeres (SPK, p. 395n16).

123 Extracto de la Burda de al-Būsīrī. Cfr. La traducci6n española en Al-Busairi, Al-Burda. El Manto, tr. Ali Laraki, 2001, ed. Kutubia Mayurqa, p. 14.

124 Sin duda, el Šayj alude aquí a quienes convierten la religión en un medio para lograr sus ambiciones por medios aparentemente loables. Inevitablemente terminan por descuidar las mínimas obligaciones personales, como ocurre con los falsos guías espirituales o quienes por intereses materiales defienden un fanatismo absurdo.


GLOSARIO

Hawà: La pasión, es el centro de interés que mueve el corazón del hombre y por lo tanto esconde el fin real de sus actos. Tiene un doble sentido: un estado de extravío profundo, que no debe confundirse con los caprichos (šahwa) que son de carácter accidental; por otra es la expresión del grado máximo del amor (mahabba). El Šayj describe las diferencias entre hawà y šahwa en la hikma número 2.

Hikma: Es la sabiduría divina manifestada en el cosmos en conjunto, en cada realidad existente y en las disposiciones del Mandato divino, que discrimina los actos como lícitos e ilícitos. El otro significado, derivado del mismo término, (pl. hikam) es toda expresión que encierra una enseñanza inspirada o transmitida. Los hikam se han convertido así en un género de la literatura sufí en forma de aforismos o sentencias.

Murīd: Es el que desea o busca algo; en este caso es quien aspira al conocimiento divino. En su uso más frecuente denomina al discípulo vinculado con la vía espiritual (tarīqa).

Nafs: Su naturaleza es ampliamente tratada en las primeras hikam comentadas. En el sufismo la nafs representa la parte egótica del alma; su origen es el espíritu (rūh) y por lo tanto en ella se esconden los secretos de la Señoría Divina. De ahí que se advierta contra sus peligros a la vez que se habla del valor que en ella se esconde, como indica una hikma del Šayj Al-'Alāwī, "Se han multiplicado los defectos del alma para esconder las luces del Santísimo."

Šahwa: Véase hawà.

Tawhīd: Es el reconocimiento de la Unicidad Divina. En un sentido general se refiere a los principios en los que se fundamenta la fe. En su sentido iniciático es la realización de la Unicidad Absoluta, que implica la desaparición de toda posibilidad de existencia distintiva.



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