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sábado, 9 de noviembre de 2013

Paciencia



El engarce de una sabiduría secreta en un verbo de Job

Has de saber que el secreto de la vida reside en el agua1, que es el origen de los elementos del mundo corporal y de los fundamentos del Universo. Por eso Dios ha hecho surgir del agua a todo ser viviente (Corán 21,30), y no hay nada que no tenga vida. En efecto, no hay nada que no celebre Su trascendencia mediante la Alabanza de Dios, aunque no comprendamos esta celebración (Cor. 17,44) más que por medio de una intuición de naturaleza divina. Solo un «viviente» puede celebrarlo de esta manera. Todo es, pues, viviente, y tiene su origen en el agua.

Considera cómo el Trono se encuentra sobre el agua (Cor. 11, 7): habiendo recibido su existencia a partir de ella, se eleva en su superficie; y ella lo preserva estando por debajo de él.

Del mismo modo ocurre con el hombre. Dios lo ha creado en un estado de servidumbre, pero luego se ensoberbeció frente a su Señor y se levantó contra Él. A pesar de eso, Él lo preserva, permaneciendo por debajo de él, a causa de la altura de ese servidor ignorante de sí mismo2. Recuerda las palabras del Profeta: «Si dejáis colgar una cuerda, caerá sobre Dios». Con esto, ha indicado indirectamente que la profundidad puede serLe atribuida, del mismo modo que la altura, presente en Sus palabras: Temen a su Señor, que está por encima de ellos (Cor. 16, 50). De igual modo en esta otra: Y él es el Reductor, colocado por encima de Sus servidores (Cor. 6,61). Él es Dueño de lo alto y de lo bajo. Por eso las seis direcciones no son manifestadas más que por el hombre, que ha sido hecho «según la Forma del Todo Misericordioso»3.

Solo Dios da el alimento. Ha dicho a propósito de un grupo: Y si hubieran puesto en práctica la Tora y el Evangelio... ; luego, se ha expresado de una manera indeterminada y general: Eso que les ha sido revelado de parte de su Señor, incluyendo allí todo estatuto revelado por boca de un enviado o por vía de inspiración, comerían de lo que está por encima de ellos4; es Él quien da el alimento a partir de la dimensión de lo «alto» que Le es atribuida; y de lo que está por debajo de sus pies (Cor. 5,66). Y es Él igualmente quien proporciona el alimento a partir de la dimensión de lo «bajo» que se ha atribuido a Sí Mismo por boca de Su Enviado, que es también Su intérprete.

Si el Trono no está sobre el agua, su existencia no estará preservada, porque es la vida la que preserva la existencia del viviente. Considera al viviente: cuando muere de muerte natural, se descompone y las facultades unidas a su condición particular son aniquiladas. 

El Altísimo ha dicho al respecto de Job: Golpea la tierra con tu pie: aquí tienes con qué lavarte, es decir, agua fresca (Cor. 38,42), a causa del dolor que le causaba un exceso de calor. Dios calma este exceso por medio de agua fresca. Por eso la ciencia de la medicina consiste en disminuir lo que es excesivo y en aumentar lo que es deficiente; su fin consiste en realizar el equilibrio.

Este no puede alcanzarse, pero la ciencia de la medicina puede aproximarse a él. Decimos que no puede alcanzarse porque la percepción directa de las realidades esenciales indica que la existenciación se realiza permanentemente por medio de los Soplos5. No puede producirse más que a partir de una tendencia que, cuando se manifiesta en el seno de la Naturaleza primordial, es denominada desequilibrio o, en última instancia, descomposición, y es denominada «Voluntad» en tanto que se refiere a Dios, porque se trata entonces de una tendencia hacia un objeto particular querido con exclusión de los demás. El equilibrio requeriría, por el contrario, que el conjunto fuera tratado de igual modo, lo que no sucede. Por eso negamos la presencia del equilibrio permanente en el seno de la Manifestación.

La ciencia divina profética nos enseña que Dios es cualificado por la satisfacción y la cólera, así como por otras cualificaciones opuestas entre sí. La satisfacción lleva consigo el cese de la cólera, y la cólera la de la satisfacción para el que sea objeto de ella, cuando el equilibrio implique su presencia simultánea. No se puede estar encolerizado contra alguien cuando se está satisfecho de él, como tampoco se puede estar satisfecho de alguien cuando se está encolerizado contra él: tanto en un caso como en el otro, Dios manifiesta respecto del servidor una sola de esas dos cualificaciones, o, dicho de otro modo, una «tendencia».

Decimos esto únicamente a causa de los que pretenden que las Gentes del Fuego sufren para siempre la cólera de Dios y que se encuentran excluidos de Su satisfacción. En efecto, esta manera de ver confirma lo que queremos mostrar, y si ello es como lo decimos (es decir, que el destino de las Gentes del Fuego, a pesar de permanecer allí para siempre, es el cese de los sufrimientos), es entonces la satisfacción la que lo arrebata, porque la cólera acaba con el sufrimiento. La cólera es el sufrimiento, ¡entiéndelo bien! El que monta en cólera es alguien que ha sido herido y que busca vengarse haciendo sufrir a su vez al que es objeto de su cólera, a fin de recuperar su propia tranquilidad por la traslación de su sufrimiento.

Si consideras a Dios como separado del mundo, Él es de una elevación tal que es imposible atribuirle una cualificación de este género. Si consideras, por el contrario, que es el Yo del mundo, es a partir de Él y en Él como se manifiestan todos los poderes regidores de las realidades esenciales expresadas por los Nombres divinos. Se trata de Sus Palabras: Y hacia Él retorna la Orden en su totalidad (Cor. 11, 123), según la realidad verdadera y la revelación esotérica, adóralo, pues, y confíale tus asuntos, según lo que es percibido a través de los velos del pudor y de la protección.

La contingencia no contiene nada más perfecto que este mundo, porque fue hecho «según la Forma del Infinitamente Misericordioso». Dios lo ha manifestado, es decir, que Su propia Realidad se ha manifestado por la exteriorización del mundo, como el hombre se manifiesta por la existencia de la forma natural. Resulta de esta analogía que nosotros somos Su Forma exterior y que el Yo divino es el Espíritu de esta Forma. El poder rector no se aplica más que a Él, del mismo modo que no es ejercido más que por Él. Él es, pues, el Primero, en cuanto a la significación esencial, el Último en cuanto a la Forma, el Exterior en la modificación de los estatutos y de los estados, y el Interior por el poder de regir, y Él es Conocedor de todo (Cor. 57, 3). Es también el Testigo de todo (Cor. 4, 33), pues Él conoce por medio de una visión directa, no de una reflexión. Asimismo, la ciencia de las Degustaciones espirituales no procede de la reflexión, sino que es una ciencia verdadera. Todo lo demás no es más que conjetura y aproximación; no es verdaderamente una ciencia.

Para Job, esta agua fue también una bebida (Cor. 38, 42) a fin de poner fin al tormento de la sed, que formaba parte de la desdicha y del tormento por los que Satán lo había herido (Cor. 38,41), es decir, el alejamiento extremo que le impedía comprender las verdades esenciales como ellas son. Desde el momento en que pudo comprenderlas, estuvo en una situación de proximidad.

Todo lo que es contemplado está cerca del ojo, incluso si está lejos. La mirada llega hasta él porque implica una visión directa que, sin eso, no existiría. Sea lo que fuere, se trata de una proximidad entre la mirada y su objeto. Por eso Job ha empleado el término «herido»; él lo atribuyó a «Satán» a pesar de la proximidad evocada por este término. Dijo: «El que se ha alejado de mí está cerca a causa de su poder sobre mí». Por lo demás, tú sabes bien que la lejanía y la proximidad son nociones relativas, dos conceptos desprovistos de realidad propia en el ser al cual se aplican, a pesar de su poder real en «lo que está lejos» y «lo que está cerca».

Has de saber que el secreto de Dios en Job es aquel del que ha hecho una lección para nosotros y un Libro escrito (Cor. 52,2), perceptible por el «estado espiritual», que lee esta comunidad muhammadî a fin de aprender lo que contiene y de acercarse así al que es su Maestro; todo eso es para señalar su excelencia.

Dios ha alabado la paciencia de Job, a pesar de que éste había suplicado el fin de sus desdichas. Sabemos por eso que, si el servidor dirige a Dios semejante demanda, eso no es nocivo para su paciencia. Que siga siendo paciente y un excelente servidor (Cor. 38, 44), como ha dicho el Altísimo, y que se arrepienta sin cesar, es decir, que se vuelva sin cesar hacia Dios y no hacia las causas segundas. Dios obra entonces por medio de una causa debido a que el servidor se ha apoyado en Él, porque, si las causas que pueden hacer cesar algo son numerosas, su origen es un Ser único. Es, pues, preferible que el servidor retorne hacia el Ser único que ponga fin a su sufrimiento por medio de una causa segunda antes que hacia una causa particular, porque puede ser que en ese caso su paso no concuerde con la ciencia de Dios sobre este asunto. Y el servidor dice: «Dios no me responde», cuando no se ha dirigido a Él, sino que se ha vuelto hacia una causa particular cuya existencia no está implicada ni por el tiempo ni por el momento de la petición.

Job ha obrado según la Sabiduría de Dios, porque era uno de los Profetas. Es sabido que la paciencia para algunos consiste en impedir al alma lamentarse, pero esa definición no es válida para nosotros. Nosotros pensamos que la paciencia consiste más bien en impedir al alma que se lamente ante otro que no sea Dios. Lo que conduce a aquellos a la falta de discernimiento es la idea de que el que se lamenta perjudica a la satisfacción que debe experimentar respecto del Decreto eterno, cuando no es nada. La queja, tanto si se dirige a Dios o a otro, no daña a la satisfacción que conviene experimentar respecto del Decreto eterno, sino únicamente a la que se refiere a lo que ha sido efectivamente decretado, pues no hemos sido exhortados en ningún caso a sentirnos satisfechos. El daño sufrido por Job es el que ha sido efectivamente decretado, no la esencia del Decreto eterno.

Job sabía que el hecho de impedir al alma quejarse a Dios para que Él borre el daño es una manera de oponerse a Su poder aplastante, una ignorancia del ser que Dios somete a prueba al respecto de lo que hace sufrir a su alma, de suerte que se abstuvo de pedir a Dios que lo librara del objeto que causaba su dolor. El ser realizado, por tanto, le dirige súplicas a Dios y Le pide que ponga fin a su sufrimiento.

Para el gnóstico dotado de intuición, se trata de librar a Dios. En efecto, el Altísimo se ha descrito como quien puede ser ofendido, diciendo: Los que ofenden a Dios y a su Enviado (Cor. 33,57). ¿Hay una ofensa más grande que la prueba que Él te inflige, cuando tú te muestras indiferente hacia Él y de una Estación divina de la que no tienes la ciencia? Esto es a fin de que tú vengas a Él a través tu queja y que Él la aparte de ti, a fin de que se mantenga la dependencia de Él (que es tu realidad esencial), para que el mal sea apartado de Dios por la petición que tú Le diriges, porque tú eres Su Forma exterior.

Un gnóstico tenía hambre y se puso a llorar. Alguien que no tenía el conocimiento divino se lo reprochó. El gnóstico respondió: «Él me ha hecho padecer hambre únicamente para que llore». Es decir: «Me ha probado únicamente para que Le ruegue que me libre de este mal, lo que no disminuye en nada mi paciencia».

Sabemos, pues, que la paciencia consiste únicamente en impedir que el alma no se lamente ante ningún otro más que a Dios; y por «otro», entiendo un Rostro particular de entre los Rostros de Dios. Sin embargo, Dios ha determinado un Rostro particular entre los Rostros de Dios, que Él ha nombrado «el Rostro de la Esencia». Es en este Rostro al que el servidor creyente se dirige para pedir ser librado del mal que le ha alcanzado, no a los otros Rostros, llamadas «causas segundas», que no son, sin embargo, sino Él, considerado bajo el punto de vista de la distintividad esencial presente en Él. El gnóstico que pide a la Esencia de Dios que lo libre del mal no está velado del hecho de que el conjunto de las causas segundas son Su Esencia, considerada bajo puntos de vista particulares.

En su soledad, se atienen constantemente a esta forma de pedir los Servidores de Dios que tienen el sentido de las conveniencias, Guardianes fieles de los secretos de Dios. Dios tiene Fieles que Él solo conoce y que se reconocen entre ellos.

Te hemos dado un consejo prudente: obra en consecuencia. Dirige tus súplicas solo a Él.


1 Como podemos apreciar por el contenido de este párrafo, el shayj no se está refiriendo aquí al agua en tanto que elemento líquido del mundo físico.

2 Este confuso párrafo parece ser voluntariamente ambiguo. Podemos entender, bien que Dios preserva al servidor a causa de la elevación de su rango (por el hecho de que el hombre ha sido creado según la Forma divina), bien que Él lo preserva, por pura misericordia, «por debajo de él», puesto que el hombre se ha «elevado» con orgullo a pesar de su condición de siervo.

3 Como bien recuerda Gilis en su edición de la obra, las direcciones del espacio corresponden al aire en cuanto a los elementos, a la forma en cuanto a las condiciones de la existencia corporal, y al principio metafísico designado como el Ser. La Esencia divina es indiferenciada, pues encierra sintéticamente todas las direcciones. Estas no aparecen de forma distintiva más que con relación al hombre, que, en el grado supremo, designa al «ser total». En tanto que Representante de Dios, el Hombre Universal es la expresión perfecta de la Forma divina.

4 Se trata de alimentos espirituales obtenidos en los grados esenciales, por oposición a los que se encuentran «por debajo de sus pies», obtenidos como consecuencia del avance en el «sendero» de la vía iniciática por medio del combate espiritual y actos de devoción.

5 Se refiere a la renovación de la creación a cada instante, llevada a cabo por el Soplo del Infinitamente Misericordioso.
 


Fuente: 
Capítulo 19 del libro Los Engarces de las Sabidurías - Ibn 'Arabî (Editorial Edaf)


 

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