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martes, 19 de agosto de 2014

Dando rodeos




La mayoría de las personas con las que me cruzo que están «en» el advaita son gente inteligente. Tienen facilidad para aprender, y tras leer algunos libros y asistir a unos cuantos satsangs pueden descifrar qué palabras e ideas son aceptables como conceptos advaita. Si les preguntas algo, no te responden de inmediato; casi se alcanza a ver cómo se les mueven los engranajes mientras ponderan y rechazan una respuesta tras otra por inapropiada, temiendo ser etiquetados de ignorantes. Han estado con la suficiente cantidad de instructores como para esforzarse por hallar la respuesta «correcta» y evitar que los tumben. Y difícilmente podría echárseles la culpa por ello. Hay un montón de instructores por ahí cuya única función parece ser la de tumbar a cualquiera que no dé las respuestas correctas.

¿De qué le sirve eso a nadie? ¿Es necesario señalar que lo Real no tiene nada que ver con dar las respuestas «correctas»? Di tu verdad. No hay nada que sea aceptable, no hay nada que sea apropiado; sólo hay lo que es. No tiene ningún sentido hablar dando rodeos, tratando esforzada y torpemente de evitar el empleo de pronombres personales, cuando está claro que tu experiencia sencilla y cotidiana es que vives tu vida como individuo. ¡Es tan evidente! Esta no es un área en la que puedas poner en práctica el «fíngelo hasta conseguirlo».

Una persona le dice a otra: «Me alegro de que hayas venido», y la otra responde: «¿Quién, quién es el que está alegre?». Y es que parece que la policía de la ortodoxia advaita nunca descansa. Un maestro ch'an de los de antaño le daría un coscorrón con un palo. ¿Qué quién está alegre, preguntas? Esa persona está alegre, so memo; y es lo bastante honesta como para decírtelo.

Descripciones, no prescripciones. Cuando no hay sentido de yo separado, las palabras que se refieren a esa cosa mitológica llamada «yo» resultarán superfluas y, de modo natural, se emplearán mucho menos; no porque se eviten, sino porque no expresan lo que es. Y cuando se empleen, ello se deberá a que el lenguaje está estructurado de esa manera y a que esa es generalmente la forma más conveniente de hablar con el fin de ser comprendido. No habrá un rebuscar las palabras o acciones o respuestas que supuestamente son más apropiadas, sino que más bien se producirá la simple y espontánea expresión de lo que es aquí y ahora.

Di tu verdad. De eso es de lo que va esto. ¿Cómo podría ir de decir lo correcto, de encajar, de emplear el lenguaje adecuado? Para. Vuelve atrás. La autoindagación va de ir profundamente adentro para ver cuál es tu verdad. No importa lo que hayas oído o lo que algún otro haya dicho. Esto no tiene que ver con aprender qué es lo correcto según un cierto instructor. Un maestro auténtico te devolverá reflejados tales intentos, cualesquiera que ellos sean: ¿Cuál es tu verdad? Pregúntatelo en tu interior, hállalo por ti mismo. ¿Quién eres tú? ¿Quién es ese Yo del cual brotan todas estas cosas? Nadie puede enseñártelo. Tampoco te lo revelará ninguna cantidad de suposiciones acerca de la respuesta correcta, por innumerables que sean y por mucho que lo intentes. Descúbrelo por ti mismo siendo incesante e implacablemente honesto, auténtico, veraz.

David Carse

Fuente: Páginas 264-265 del libro "Perfecta Brillante Quietud"

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