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jueves, 18 de septiembre de 2014

Santa Catalina de Siena




En la historia de la espiritualidad cristiana son muchas las figuras, imágenes, metáforas, símbolos por medio de los cuales se ha tratado de expresar el acceso del alma a Dios como un camino con su punto de partida, su itinerario o recorrido y la meta a alcanzar. 

En ese esfuerzo por sensibilizar algo muy íntimo y profundo, son conocidos la escala de amor de san Juan Clímaco, los grados de humildad de san Benito, los grados de caridad de san Bernardo, las moradas y el castillo interior de santa Teresa de Jesús...

Santa Catalina de Siena hizo suya, para hablar de la búsqueda de Dios y de la unión con Él, una imagen que podría rastrearse en santos Padres y espiritualistas medievales: la celda interior o celda del alma o casa del conocimiento de sí misma


La celda interior

La celda interior es para vivir en ella. Y ese vivir se hace camino para que cada uno se adentre en el conocimiento de sí mismo, desestimando todo lo que no sea vivir en Dios y para Dios.

Empresa ardua y difícil, pues obliga a silenciar todo el bullicio de las cosas fugaces, y al ejercicio constante de construcción y aposentamiento.

La celda interior del conocimiento de sí mismo no es sólo una bella idea sino una actitud tomada, un gracioso empeño de estar siempre con el Amado, un avanzar sin descanso hacia lo más profundo del alma para llegar un día a la unión mística con Dios.

Y en la plenitud de su vida espiritual y de su magisterio, Catalina escribirá a todos los cristianos en el párrafo de apertura de su libro Diálogo:

"Cuando un alma se eleva a Dios con ansias de ardentísimo deseo de amor a Él y de la salvación de las almas, se ejercita por algún tiempo en la virtud, se aposenta en la celda del conocimiento de sí misma y se habitúa a ella para entender mejor la bondad de Dios, pues al conocimiento sigue el amor, y, amando, se cuida de ir en pos de la verdad y revestirse de ella"

La celda interior es muchas cosas, según se dijo, para bien de la persona:

Es soledad en que se escucha sin ruidos la verdad; y, viéndola, se la ama.
Es ámbito de encuentro con lo divino y lo humano en sinceridad y apertura.
Es lugar de meditación sobre la grandeza de Dios y la pequeñez humana.
Es reconocimiento de la propia nada y del Amor creador y providente.
Es horno en el que se caldean las virtudes humanas con fuego divino de oración.
Es fragua de proyectos en los que la criatura tiende a purificarse y perfeccionarse para ser más semejante al Señor, más amiga, más unida a él por fe y amor.

No se trata de un conocimiento filosófico-socrático del ser humano en su dignidad pensante, reflexiva, para autopresentarse con exigencias, sino más bien de un verse, reconocerse, descubrirse dialogalmente en desnudez ante el Otro que es Dios en su majestad y cercanía amorosa.

En esta doctrina Catalina pone en juego toda su formación cristiana y bíblica, y ésta la lleva a relacionar espiritualmente el pequeño yo con el Gran Ser, la criatura con el Creador, la nada con el Todo.

Se trata de una relación que se establece como plan, proyecto y camino, por el que la pequeñez creatural toma conciencia de lo que es, una nada, y desde esa nada se siente llamada a la unión espiritual con quien es todo, Dios.


Celda del conocimiento de sí misma: Tú eres lo que no es

El principio y raíz de todo conocimiento y desarrollo espiritual humano y cristiano consta de dos partes complementarias: Tú eres lo que no es; Yo soy el que soy.

En el capítulo tercero del libro del Éxodo, Dios envía a Moisés como libertador de su pueblo, y Moisés, aturdido por el mensaje, pregunta: Señor, ¿en nombre de quién he de mostrarme como enviado? Dime quién eres. Y Dios le responde:

"Yo soy el que soy". Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros".

En el capítulo diez de la biografía de la santa, Raimundo de Capua, dice que:

"Catalina contaba a sus confesores... que al principio de sus visiones se le había aparecido nuestro Señor, durante la oración, y le había dicho: "Has de saber, hija mía, lo que eres tú y lo que soy Yo. Si aprendes estas dos cosas serás feliz. tú eres lo que no es y Yo soy el que soy. Si tu alma se deja penetrar por esta verdad, jamás te engañará el enemigo, triunfarás de todos sus ardides, nada harás contra mis mandamientos y adquirirás fácilmente la gracia, la verdad y la paz".


Conciencia de debilidad e insuficiencia: Yo soy lo que no es

Esta formulación aparentemente negativa y paradójica, "Yo soy lo que no es" , no forma parte de una "filosofía negativa" y "pesimista". En modo alguno. Catalina, al mismo tiempo que parece gustar de cierta "magia" o "fascinación" encerrada en esas palabras, es una persona que, junto a la confesión o reconocimiento de la debilidad humana, hace continuo canto de alabanza a la belleza y grandeza de la creación y salvación del hombre, obra de Dios hecha a su imagen.

Siendo, pues, Catalina cantora de la obra de Dios, en el reino de la naturaleza y en el de la gracia, donde campea el Amor, la expresión cataliniana "Yo soy lo que no es" se refiere a la pequeñez del ser humano, doblemente, tanto en su realidad de ser necesitado, débil, dependiente de Otro (Dios) en su existencia, como en su condición de persona libre y responsable que, siendo obra del Amor, no respondió al ideal divino de perfección (ser amado e hijo) sino que se hizo pecador, infiel, enemigo.

Naturalmente, cuando Catalina, igual que otros autores espirituales, quiere poner de relieve la inconsistencia del ser humano que se desliza por la pendiente del pecado, o que anda con titubeos en su opción por secundar a la gracia y emprender caminos de perfección, recurre a iluminar la faz negativa de las cosas, subrayando nuestra fragilidad, vileza, ser fautores de la mentira y de la nada. Pero todo eso lo dice para indicarnos que no cabe salvación sin un proceso interior que consolide lo positivo y aminore o devore lo negativo. Sus palabras son, pues, cautelares, como las de san Pablo en la carta a los gálatas, hablando de la necesidad de gracia y mutua ayuda: "Si alguien se cree ser algo, cuando en realidad es nada, se engaña a sí mismo".


Tú “que no eres” aspira a ser todo en el que Es

Esa atracción del Ser (Dios) sobre la Nada (Catalina), sentida en la celda interior, despierta en la santa un profundo deseo de transformarse en el Amado. Y, afinado el oído del corazón, percibe una voz que le enardece:

Aspira a que tu pensamiento se ocupe sólo en los pensamientos de Dios.
Aspira a que tu corazón ame y quiera con el Corazón de Dios.
Aspira a que tu memoria se sacie recordando sólo los dones de tu Dios.

Yendo por esa senda o escala de amor, arrancando de la tierra fecunda de la humildad, se va inflamando el fuego que acabará fundiendo en un solo amor al "Tú, que eres lo que no es" y al "Dios que es el que es", y entonces nuestra riqueza será infinita. En efecto:

Nosotros, por nosotros mismos, somos debilidad, nada; pero Dios que nos creó por Amor nos puede acoger y hacer ricos en Él.

Nosotros, por nosotros mismos "somos árboles estériles", pero si ejercitamos el entendimiento con la pupila de la fe, y estamos bien plantados en tierra de humildad, podemos hacernos fecundos por obra de la Gracia y del Amor.

Nosotros, creados en libertad, pero débiles, podemos traicionar y traicionamos a Dios y a los hombres, y pecamos; pero Dios, por su infinita Bondad, puede ejercitar su misericordia y perdón, acogiéndonos en su Corazón.

Nosotros, pequeños y débiles por nuestra natural condición, si nos ponemos en manos de Dios que nos ama, ya no podemos vernos una pura nada, desesperados, hijos de ira. Él, que nos creó, nos llama a gozar de su intimidad, desarrollándonos como árbol de caridad en tierra de humildad.


Criatura y Creador se dan la mano

En ese delicioso juego de amor, vivido en la celda interior del alma, lo que es pequeño y débil (la criatura que se conoce a sí misma) se conforta y crece a la luz y al fuego del conocimiento de Dios Amor en nosotros. En Catalina es muy importante conjuntar los dos extremos (criatura y Creador, alma y Dios) , pues la serie de elevaciones de la criatura, por obra de la gracia, son piedras sillares del camino que conduce a la unión mística, transformadora, en cuya cima todo pensar y querer mezquino se disipa y quema en el horno del amor.

En un momento culminante de la vida de Catalina, esa unión mística, transformadora, quedará simbolizada en el intercambio de corazones por el que Catalina piensa y ama con el Corazón de Dios.

Aquí no caben dudas. Para Catalina, Dios, el que Es, no tiene el rostro de un Señor soberbio en su grandeza, justiciero en sus dictámenes, distante de las criaturas. Tiene el rostro del Dios que se nos ha revelado en Jesús y por Jesús.

Cuanto se ha dicho en las reflexiones precedentes nos persuade de que la espiritualidad cataliniana se va fraguando o construyendo en su celda interior, por tanto:

Sin reflexión de la mente, iluminada por la fe, y sin afecto del corazón que se ceba en la Verdad-Amor, no hay camino ascensional a Dios en santidad de vida.

Sin efusión de la divina Gracia que eleva y ceba nuestra Mente, Voluntad y Memoria con los pensamientos, afectos y gratitudes a Dios, no hay posibilidad de unión mística en Dios.

Sin esfuerzo humano de desprendimiento, discernimiento, sacrificio, entrega a Dios y a los hombres, no hay progreso en la escalada del verdadero amor.

Sin trato de amistad, de humilde reconocimiento, de alabanza, de súplica, no hay posibilidad de entrar en los secretos de Dios.


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