ह्रीं Hrīm̐
Los jñānis pueden ser clasificados como elevados, medios y bajos. Entre estos, los más bajos conocen el Ser y aun con todo siguen influenciados por los placeres y penas que han acumulado en su karma anterior. Los jñānis de grado intermedio, aun cosechando los frutos de sus acciones pasadas, son sin embargo más firmes en su felicidad interna, como la gente ebria de vino. Los jñānis del grado más elevado nunca están separados de su dicha interna aun cuando afronten un karma miles de veces más pesado; ellos no se sorprenden ni ante las ocurrencias aparentemente más innaturales y milagrosas; ni quedan prendidos en las redes de los placeres, ni se deprimen ante las peores miserias. Ellos siempre tienen calma y paz en su interior, por más que parezcan actuar como la gente común. Estas diferencias se deben tanto a las diferencias de su intelecto como a los grados de desarrollo del conocimiento del Ser. Sus actividades dependen de sus predisposiciones tal como vienen dictadas por sus acciones pasadas. Pero su implicación en el mundo no deja de ser como la de los hombres ebrios.
Tras escuchar a Dattātreya, Paraśurāma continuó con sus preguntas sobre la conducta y actividades de los jñānis:
Señor, explícame claramente en qué pueden distinguirse los intelectos según las etapas del conocimiento. ¿No es la sabiduría una sola, y no se reduce a la revelación del Ser? Lo único que se ha de buscar, la liberación, no es sino la revelación del propio ser. ¿Cómo puede haber grados de desarrollo que dependan de las tendencias mentales? Se supone que éstas se han erradicado. ¿Difieren también los métodos según los grados?
Dattātreya, siempre con la mejor disposición, respondió:
Te contaré el secreto de todo esto. No hay diferencias de método, ni de conocimiento. Los frutos sólo se distinguen por los grados de consecución. Éstos se extienden a través de diversos nacimientos, y al completarse, el supremo fuego del Jñāna termina por desvelarse él mismo. El grado de esfuerzo se debe a lo incompleto del acercamiento en los anteriores nacimientos. Con todo, el conocimiento es eterno y no requiere realmente ningún esfuerzo. Pues está ahí desde siempre, independientemente de cómo lo abordes; Jñāna es inteligencia o conciencia pura brillando por sí misma.
¿Qué clase de esfuerzo podría conseguir que se desvele la conciencia eterna siempre esplendente? Sólo porque está envuelta tras gruesas capas de vāsanās es difícil percibirla. La única acción posible es su eliminación por el control de la mente, y el escalpelo de la autoinvestigación es la forma más directa de lograrlo. Cuando la mente se ha quedado limpia y apaciguada como una urna de cristal ya no queda sino presenciar con la mayor atención y discriminación: y ahí se encuentra la joya, donde nunca ha dejado de estar.
Así pues, todos los esfuerzos se dirigen únicamente a deshacerse de las tendencias mentales ilusorias. Los intelectos de las entidades vivientes son el efecto acumulado de las tendencias adquiridas por el karma. El esfuerzo es necesario mientras las tendencias continúen influyendo al intelecto. Las propensiones o tendencias son innumerables, pero pueden clasificarse en tres grupos: faltas, acciones, y deseos.
Dentro del primer grupo es una característica la falta de confianza o abandono de las enseñanzas de los maestros y los libros sagrados, la forma más segura de perderse. La tergiversación de las enseñanzas por soberbia u orgullo intelectual es parte de este abandono, y es un serio obstáculo para la realización de la gente instruida y erudita.
Hay un grupo mucho mayor de gente incapaz de comprender la enseñanza por bien expuesta que esté. Sus mentes están demasiado marcadas por sus impresiones como para poder percibir verdades sutiles. Estos son el segundo grupo, las víctimas de sus acciones pasadas, incapaces de entrar en la fase de contemplación necesaria para erradicar sus tendencias.
El tercer grupo es el más común de todos: lo engrosan las víctimas del deseo, obsesionadas siempre con el sentido del deber porque desean trabajar en busca de sus fines más particulares. En verdad son incontables los deseos, pues surgen sin fin como las olas del océano. Hasta las estrellas tienen su número, pero no los deseos. Incluso los deseos de un solo individuo son innumerables; por no hablar de lo que resulta de la interacción de los deseos de muchos individuos. Pero aun cada uno de esos deseos es imposible de satisfacer, porque es demasiado vago y elusivo para cumplirse tal como se espera, porque cuando se cumple no se sacia, porque es demasiado fuerte para resistirlo y porque es demasiado penetrante para evitarlo. Así el mundo, en manos de este demonio, es pasto de la locura y gime de dolor y de miseria. Sólo la persona que se ha puesto a salvo de este monstruo puede alcanzar la felicidad.
Una persona afectada por una o más de estas tendencias no puede ver la verdad por más evidente que sea. Es por esto que todos los esfuerzos se han de dirigir únicamente a la erradicación de estas tendencias innatas. Respecto a las primeras, o faltas, llegan a su fin al depositar la propia fe en los libros sagrados y el maestro. Las acciones del segundo grupo sólo pueden tener fin por la gracia divina, que puede descender en la vida presente o bien en una encarnación posterior. No hay otra esperanza para ellos. En cuanto al tercer grupo, deben ir procediendo gradualmente a través del desapasionamiento, la discriminación, la adoración a Dios, el estudio de las sagradas escrituras, el aprendizaje de los sabios, y la autoindagación.
El esfuerzo por superar estos obstáculos puede ser mayor o menor según los obstáculos sean mayores o menores. La cualidad más importante es el deseo de emancipación. Nada se alcanzará sin esto. El estudio filosófico y la discusión del tema con otros no son más útiles a este fin que lo que pueda serlo el estudio de las bellas artes. Para el caso, igual vale esperar la salvación del estudio teórico de la escultura. El estudio de la filosofía sin un anhelo de salvación es como vestir a un cadáver. Pero tampoco un deseo ocasional de emanciparse sirve para nada. Este deseo se manifiesta a menudo por querer saber sobre la belleza y majestad del estado supremo. Es común a casi todos pero nunca da frutos, careciendo de valor.
El deseo ha de ser fuerte y permanente para que pueda llevar fruto. Los efectos son proporcionados con la intensidad y duración del deseo. Este deseo se ha de ver acompañado de esfuerzos para lograr el fin; sólo entonces se reúnen las condiciones necesarias. Igual que un hombre que se ha quemado corre inmediatamente en busca de ungüento sin perder ni un momento, los aspirantes han de ir en pos de la emancipación sin segundas intenciones ni ninguna otra finalidad. Esta es el único género de esfuerzo con fruto, y viene precedido por la indiferencia ante cualquier otro logro. Empezando por descartar los placeres como impedimentos al progreso, uno desarrolla el desapego, mientras que sus anteriores deseos se transforman en un deseo de emancipación que va ganando fuerza. Esto le ayuda a pisar con firmeza y decisión la senda, y a hacer todo lo que sea necesario. Llegado a este estado, sólo queda esperar la consumación.
Paraśurāma, perplejo todavía, continuó preguntando:
Señor, tú dijiste antes que la asociación con el sabio, la gracia divina y el desapasionamiento son las principales causas para conseguir el fin más alto de la vida. Dime por favor cuál es más esencial y cómo puede obtenerse; pues nada sucede sin una causa antecedente. ¿Qué requisito tiene prioridad?
Dattātreya dijo:
Te hablaré de la causa detrás de todo. La Conciencia Suprema, siendo independiente, se representó originalmente todo el universo en su propio ser a la manera en que las imágenes se reflejan en el espejo. Adoptó un carácter individual al que llamamos Hiranyagarbha o creador, considerando las tendencias de todas las almas individuales o egos comprendidos en el áureo huevo original. Esta conciencia cósmica voluntariamente encapsulada inspiró las escrituras, reserva de las más sublimes verdades, para la guía y satisfacción de los deseos. Puesto que los gérmenes individuales estaban llenos de deseos, Hiranyagarbha meditó en los medios para su cumplimiento; concibió esquemas de causa y efecto, y acciones y frutos para que los individuos nacieran después de acuerdo con la rueda eterna. Estos adoptaron multitud de formas y encontraron un entorno consistente con sus predisposiciones. Trasmigrando a través de innumerables especies, el individuo alcanza una forma humana por sus méritos acumulados. Al comienzo sólo se atendrá a sus intereses egoístas más físicos e inmediatos; luego, tras acumular capacidad y experiencias, buscará la satisfacción de mayores deseos y ambiciones. Pero a su debido tiempo se encontrará oportuno seguir las directrices de las escrituras sagradas, pues con el deseo como guía los fracasos son inevitables por doquier, y abundarán las decepciones. Finalmente se busca el consejo del sabio, y tal consejo sólo puede venir de hombres con una vida íntegra. Un sabio así iniciará en su momento al buscador en la magnificencia divina. Los méritos acumulados por el iniciado, fortalecidos por la asociación con el sabio y por la gracia divina, le ayudan a persistir en la senda, por la que paso a paso camina hasta la cumbre de la realización.
Ahora puedes ver por qué se dice que la asociación con el sabio es la causa fundamental de todo lo bueno. Ésta sobreviene en parte por méritos acumulados por la persona, y en parte por amor desinteresado a Dios; y sin embargo siempre tiene un aire accidental, como cuando un fruto cae delante tuyo como si viniera del cielo. De modo que a la consecución de la meta de la vida, dependiendo de tantas causas, se llega de muchas maneras, que sin embargo no pueden dejar de ser acordes con el intelecto y las tendencias adquiridas por la persona. También han de ser diferentes los estadios del conocedor de acuerdo con la duración e intensidad de sus esfuerzos.
Para eliminar las tendencias mentales más superficiales se requiere un esfuerzo proporcionalmente menor. Aquel cuya mente se ha hecho pura mediante buenas obras en vidas pasadas consigue resultados aparentemente desproporcionados con el poco esfuerzo que les ha llevado la autorrealización; el caso de Janaka es proverbial. Los vislumbres de realización que obtienen aquellos cuyas mentes están atestadas de tendencias muy arraigadas de encarnaciones anteriores no bastan todavía para superar los densos velos de la ignorancia. Éstos están obligados a cultivar el control de la mente y la contemplación del Ser mediante una larga disciplina que suele llevar vidas para lograr la realización final y efectiva.
En cuanto a las diferentes clases de sabios, vástago de Bhrgu, hay diferentes grados de conocimiento caracterizados por facetas y actitudes del intelecto que se traducen en variedades y grados de actividad. Estas diferencias encuentran ya su expresión suprema en el creador Brahmā, Visnu conservador del universo, y Śiva el destructor: pues los tres son los conocedores consumados por excelencia, y sin embargo se muestran como seres diferentes. Nada de lo cual implica que su conocimiento sea ni pueda ser diferente. Sus actitudes dependen de su propia índole, las condiciones y el entorno en que se muestran; pero esto sólo puede afectar a sus manifestaciones, y nunca al conocimiento que es su verdadero ser. Ellos, lo Señores del universo, son omniscientes. Su conocimiento está enteramente inafectado por lo que hacen. Del mismo modo, sea como sea un jñāni por fuera, su Jñāna es algo completamente distinto de las cualidades externas y las de su mente. Mira por ejemplo la enorme diferencia entre los tres hijos de Atri, Durvāsa, Candra y yo mismo Dattātreya, a los que se nos ha considerado como formas humanas de Śiva, Brahmā y Visnu respectivamente. O compara al gran rsi Vasistha, que jamás abandona el seguimiento más escrupuloso de los deberes prescritos en las escrituras, con los cuatro hijos de Brahmā, Sanaka, Sanandana, Sanatkumāra y Sanatsujāta, que son ascetas completamente indiferentes a la acción y a los ritos religiosos. O a unos y otros con Nārada, modelo ideal de devoción; y a todos ellos con Śukra Bhārgava, preceptor de los Asuras en lucha perpetua con las huestes celestes. Para continuar con Brhaspati, preceptor por el contrario de los Devas; o Vyāsa, exclusivamente dedicado a la redacción y compilación de los Vedas, los Itihāsas, los Purānas y los Upapurānas; o Janaka, a la vez rey y asceta; o Bhārata, con todo el aspecto de un idiota; o Cyavana, Yājñavalkya, Viśvāmitra, y tantos otros cada uno con una individualidad bien acusada; si siguiéramos, no acabaríamos nunca.
El secreto de estas diferencias es éste. De los tres grandes grupos de tendencias mentales comentadas, el de la ilusión de obrar y actuar es el más fuerte de todos, y a ese es al que se denomina propiamente ignorancia. Los mejores de los sabios son, sin duda, aquellos que están libres de todo tipo de inclinaciones, y en particular los que no tienen ni el menor rastro del sentido de la acción. Si uno está libre de la falta por desconfianza ante la enseñanza eterna, las inclinaciones debidas al deseo, que no son un obstáculo muy serio para la realización, se destruyen por la práctica de la contemplación. En tales casos el desapego no necesita ser muy acusado. Tales personas no necesitan estudiar repetidamente las escrituras o recibir instrucciones de un maestro, sino que directamente pasan a la meditación y entran en samādhi, consumación de todo bien. Ellos viven el resto de sus días como Jīvanmuktas.
Sabios con un intelecto despejado y sutil no han considerado necesario erradicar los deseos y tendencias afines forzando en su lugar otros pensamientos porque sus deseos no obstruyen su realización. Así, sus deseos siguen manifestándose tras su realización más o menos como siempre. Ni siquiera se sienten contaminados por tales impresiones. De ellos se dice que son emancipados con una mente activa. Se los suele considerar como los mejores de entre los jñānis. Pero aquellos cuya mente se aferra a la ignorancia de la necesidad de acciones no pueden esperar la realización ni aun si el mismo Śiva se ofrece para instruirlos. Tampoco pueden esperarlo las personas que tienen la falta de la indiferencia o tergiversación de la sagrada enseñanza.
Por otro lado, una persona sólo superficialmente afectada por estas dos inclinaciones, y mucho más por los deseos o ambiciones, tiene todavía muchas posibilidades de alcanzar la meta si se implica en atender la enseñanza, discutirla para penetrarse de ella, y contemplarla; aunque no sin considerables dificultades y un largo periodo de tiempo. Las actividades de un sabio así serán muy reducidas porque debe dedicar lo mejor de sí a los esfuerzos en pos de la realización. Este tipo de sabio, tras larga y rigurosa disciplina, llega a controlar su mente tan bien que sus predisposiciones son erradicadas casi en su totalidad, de modo que la actividad mental está poco menos que muerta. Queda en la región media de nuestra clasificación, y se le llama sabio sin mente.
El escalón más bajo en cuanto a consecución del Ser lo integran aquellos cuya práctica y disciplina no es suficiente para erradicar sus predisposiciones mentales. Sus mentes son todavía activas y se dice de ellos que siguen asociados a sus mentes. Ellos son jñānis apenas; sí hombres de Conocimiento, pero no espíritus libres todavía. Parecen aún compartir los placeres y penas de la vida como cualquiera, y seguirán haciéndolo así hasta el final de sus vidas. Ellos obtienen la liberación tras la muerte.
El karma anterior es totalmente impotente con los de grado medio, puesto que han eliminado sus mentes por la práctica continuada; y la mente es el único suelo del que puede brotar karma listo para fructificar como placeres y miserias de la vida. Si el suelo ya ha quedado estéril, las semillas terminan perdiendo su potencia para germinar, y son ya inútiles.
En el mundo hay hombres que pueden atender a distintas ocupaciones a la vez realizándolas todas maravillosamente; hay gente que atiende todos los trabajos mientras caminan y conversan; o maestros que tienen un ojo puesto en cada estudiante de un gran número y es capaz de mantenerlos a todos bajo control; o piensa en Kārtavīryārjuna, que empuñaba todo tipo de armas con sus mil manos y luchó contra ti haciendo uso de todas a la vez. En todos estos casos, una sola mente es capaz de asumir diferentes formas para adecuarse a distintas funciones a un tiempo. Del mismo modo, la mente de los mejores entre los jñānis es únicamente el Sí mismo, y aun así tiene múltiples manifestaciones sin sufrir ningún cambio en la esencia dichosa de su Ser. Tienen por tanto una mente multiforme, pero pura.
En tales casos el karma pendiente de los jñānis está todavía activo y brota en la mente, pero sólo para ser inmediatamente chamuscado por la llama del discernimiento. El placer y el dolor se deben a que la mente se detiene en los acontecimientos. Pero si estos se consumen instantáneamente en su fuente, no existen como tales. Nada se adhiere a quien no se adhiere. A los jñānis del orden más elevado, con todo, se los ve activos porque ellos evocan a voluntad las tendencias residuales de su mente y permiten que sigan operando. Sus acciones son parecidas a las de un padre jugando con su hijo, que mueve sus muñecos y se ríe con el triunfo de uno sobre el otro, o se lamenta por la suerte del perdedor; o como la de un hombre que muestra una espontánea simpatía por las alegrías y penas de sus vecinos.
Las tendencias que no son adversas a la realización no son desarraigadas por esta clase de jñānis porque ellos no pueden buscar otras nuevas con las que desalojar a las viejas. De modo que éstas adquiridas anteriormente continúan hasta agotarse, y es así que encontrarás entre ellos algunos irritables, otros lujuriosos, otros piadosos y observadores de ritos y deberes, etcétera.
Sin embargo, hasta los jñānis del grado más bajo, que están bajo la influencia de sus mentes, saben de sobra que no existe la verdad en el mundo objetivo. Su samādhi no es diferente del de los otros sabios. ¿Qué es samādhi? Samādhi es ser consciente del Sí mismo, y nada más; no deberíamos confundirlo con el estado indiferenciado o Nirvikalpa, pues este estado, como ya apuntamos a propósito de los samādhis momentáneos, es muy común y frecuente. Aunque sin saberlo, ese estado indistinto está siendo experimentado por todos, ¿pero cuál es su utilidad? Estados similares también están al alcance de los haṭha yogis. Esta experiencia por sí sola no aporta ningún beneficio duradero; pues uno debe poder extender su experiencia más íntima a la experiencia ordinaria de la vida. El único samādhi que merece la pena es aquel de naturaleza espontánea y se sostiene en sí mismo.
El samādhi es conocimiento absoluto sin objeto. Ese es el estado en el que se encuentran los mejores jñānis incluso cuando se implican en los asuntos del mundo. Se sabe que el azul del cielo es irreal, y aun así sigue pareciendo idéntico tanto para los que lo saben como para los que no lo saben. La única diferencia es que a unos les engañan las apariencias y a los otros no. Al sabio nada de lo que percibe le llama a engaño. Puesto que los jñānis del grado intermedio han matado su mente, para ellos no hay objetos. Se dice que viven en un estado sin mente. La mente se agita al asumir la forma de aquellos objetos que toma por reales, o de otro modo permanece tranquila y pura. Es a este último estado que se le denomina “estado sin mente”.
Puesto que un jñāni del orden más elevado puede emprender distintas acciones a un tiempo sin dispersarse ni sentirse afectado, él manifiesta una mente diversificada a pesar de permanecer en unión inviolable con el Ser. Su conocimiento es conocimiento absoluto libre de objetos. Ya te he explicado lo que querías saber.
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